¡TE ESTABA ESPERANDO!

Has llegado hasta aquí y te lo agradezco. Eso significa que ahora sabes un poquito más sobre las funciones cognitivas, su deterioro y algunos recursos disponibles para trabajarlas.

Ahora me gustaría aportar mi granito de arena sobre una de las enfermedades que va más allá de la vida, el cuerpo y la muerte; el Alzheimer.

Hace 4 años, me presenté a un concurso de relato corto para mi instituto, de temática libre. Decidí tratar el Alzheimer tras escuchar una canción del cantautor Andrés Suárez, titulada "Rosa y Manuel", que él mismo dedicaba a sus abuelos y a los últimos recuerdos que tenían entre ellos latiendo en su memoria.

Dejo mi relato por aquí para todas aquellas personas que quieran disfrutarlo, espero que lo leáis con el corazón.


"Todo comenzó cuando el instituto Huarte de San Juan celebraba su 50 aniversario. Aún no sabía que mi realidad iba a cambiar en tan solo una noche, en tan solo un sueño, para toda mi vida.

Cada amanecer siento en mi cama la fugacidad del tiempo; el navegante que vaga borracho por los burdeles que adornan la despedida.

Nada consigue calmarme como lo hacían sus manos; verdaderas aunque temblorosas.

Con el paso de los años, mi felicidad se abrazó a las cuatro letras del nombre de mamá, y ojalá sus sueños formen parte de mi risa para siempre.

Ahora que se ha esfumado mi soporte me encuentro perdida en mis latidos. Jamás pensé encontrarme sin ella, luz y sombra, cobijo, para despertar de nuevo sin aire ni caricia ni casa.

Y pasan los días... y mamá no vuelve.

Y no son días, no son noches ni son latidos; no es nada.

Mi último recuerdo lo forman sus palabras y un ambiente cálido de domingo. Mamá arropaba mis pies con una manta roja, mientras se sentaba al filo de mi cama con miedo a no dejarme espacio suficiente para soñar con mis alas abiertas. Cada noche me envolvía con un cuento diferente hasta que yo caía rendida a los brazos de Morfeo, que no han suyos sino de mi madre.

Tan solo ella supo lamer mis heridas y callar mi llanto.

Esa noche, sin embargo, todo fue diferente. La luna brillaba más que nunca, irónica, mientras mamá abandonaba su luz. Y aunque olvidó hasta sus pasos, jamás dejó de recordarme.

El Huarte de San Juan fue mi hogar durante dos años, y con motivo de su 50 aniversario decidió, tras muchas peticiones, hacer un festival para dar a conocer nuestro arte en el pueblo en el que crecí y fui libre.

Recuerdo despertar a los pájaros con mis notas, aunque debo reconocer que no fueron las más afinadas. Aún así, tenía un motivo más que importante para participar; mamá. Ella me enseñó a sentir mis palabras, ser sincera con ellas y darles alas para cobijar a quienes quisieran escucharlas y volar.

Al gran día no llevé nada salvo mi voz. Jamás la usé.

El que iba a ser mi momento fue tan solo el comienzo de mi historia, el motivo por el que soy palabra y reflejo, el recuerdo que espero jamás sea olvidado.

Volví a casa sabiendo cada por qué, pero con demasiado miedo a aceptarlo. Mamá pasaba sus tardes sin ser nada, ausente y perdida, vacía. Y aún así, todos podíamos ver en sus manos cada recuerdo, y en sus labios cada canción que desgarró sus cuerdas de joven.

Pasaban los días, y al contrario de lo que manda la naturaleza, era yo quien enseñaba a mamá cómo sonaban las teclas del piano, y ella, de nuevo, lloraba con la magia de la música.

Encontrarme sola en aquel festival no fue un olvido por parte de mi madre. Fue el principio de lo que iba a ser su fin. Los médicos me hablaron de un deterioro en las funciones cognitivas, yo prefiero definir el Alzheimer como una enfermedad que va más allá de la muerte.

Tras 20 meses ella desapareció. Ya no era nada sino olvido. Una rosa que no recuerda cómo florecer y marchitándose, se esfuma entre los brazos de quienes le enseñaron a ser.

Como ya dije, mi último recuerdo con ella fue en mis sueños. Pasé años sin su ruido, y cuando creí haber comprendido su memoria, apareció junto a una rosa una carta a medias.

"Siento tanto no saber quién soy...

Cada día aprendo cosas nuevas de tu mano; hoy me has enseñado a leer y cómo huelen las rosas que has plantado en el jardín. Me duele no poder reconocer que eso mismo me lo enseñaste ayer, y es que aún no sé cómo pedirte perdón.

Supongo que has crecido siendo feliz por el brillo que hay en tus ojos. No recuerdo tu nombre pero jamás olvidaré tu risa en mi espalda, burlándonos de las olas de Cádiz. Porque no me hace falta buscar quién soy, mi niña, para saber con quién he sido.

Supongo que leerás esta carta cuando mamá no esté aquí, y no quiero que llores, pequeña. Jamás quise hacerte daño al olvidar aquel festival. De cualquier manera, necesito dejar en tinta aquello que no puede retenerse dentro de mí.

Siempre fuiste tú y nadie más. Creciste con caricias de Andalucía y tu hogar siempre será la playa. Tus primeros pasos fueron felicidad, y tu risa hacía al hombre inocente e indefenso. Nunca fuiste de llorar excepto cuando no sabías para qué estabas aquí y cuál era tu meta en este mundo. Y hoy puedo decir que he encontrado tu destino a base de llanto; eres guía y memoria, y tus ojos realidad.

Tan solo sé que eres eso; lágrima, caída, risa, abrazo y vuelo. Mis alas en tu espalda y mi vida, efímera, bajo tus brazos.

Firmaré esta carta como Rosa a pesar de no recordar mi verdadero nombre. Es mi forma de agradecerte las lágrimas que has derramado plantando flores para mí en el jardín de casa. Te oí sollozar "ojalá mamá esté aquí para siempre" mientras ahogabas tu voz en la almohada, y quiero que hagas de mí un motivo para ser el camino de quienes no saben volver a casa. Sé guía, sé camino y nunca dejes de ser tú, ni siquiera cuando olvides todo lo demás.

Te dejo una rosa junto a esta carta y un último deseo para ti; Recuerda Tú Que Puedes."

Mamá se fue pero no murió; jamás marchitó su rosa y con ella su recuerdo. Y hoy, 40 años después soy yo la que olvido mi nombre pero no mi camino junto a mi risa... y a una flor que nunca se marchita."

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